Por Eugenio Palau Mayrl.
Primer lugar.
Primer año de primaria.
Eugenio era un niño muy juguetón y le encantaba comer todo tipo de dulces, en especial los chicles. Los de uva eran sus favoritos.
Un día su abuela lo invitó al mercado y, como siempre, Eugenio se la pasó muy divertido viendo todo lo que había en la tienda. El pasillo de los juguetes era como un paraíso para él, pero claro que lo único que hacía era ver, ya sabía que nada de pedir regalos, pues sólo cuando era una ocasión especial se los podían comprar. Pero eso a él no le importaba, sabía que en su cumpleaños volvería para escoger algo padrísimo.
Era ya hora de pagar y estaban haciendo fila en la caja, cuando de pronto sintió que algo llamaba su atención. ¡Claro! ¡Era un delicioso chicle! Envuelto en un brillante papel color rojo con amarillo que, se notaba, estaba esperando a Eugenio para que lo llevara a su casa. Abuela, ¿me lo compras? Claro, eres un niño muy lindo y te portaste súper bien, le dijo su abuela. Al agarrar el chicle, Eugenio sintió algo muy raro, como si no fuera un chicle común y corriente sino algo especial.
Se subieron al carro y él ya no podía con las ganas de comérselo, pero sabía que tenía que esperar a llegar a su casa, pues podía manchar el carro de su abuela. Así que, en cuanto entraron a la cocina, inmediatamente le quitó el papel brillante y descubrió que era un chicle diferente a todos los demás, tenía colores muy llamativos y olía delicioso. Pero lo mejor estaba por suceder. Al fin lo metió en su boca: ¡Wow! Es el mejor chicle que he probado en mi vida, ¡está riquísimo! Gracias, abuela, me encantó, dijo Eugenio y se despidió de ella para irse a jugar al jardín.
Todo el tiempo pensaba: Definitivamente no lo voy a tirar en todo el día, está delicioso. Y efectivamente así fue. Estuvo todo el tiempo con el chicle en la boca, viendo tele, jugando soccer, fue al parque, en fin, todo el día disfrutó del maravilloso sabor de su chicle tan especial. Hasta que llegó la hora de la cena y su mamá le pidió que lo tirara porque no podría cenar con él, aparte había que lavarse los dientes y dormir. Así que Eugenio tuvo que hacerle caso a su mamá. Ni modo, chicle, tengo que tirarte aunque has sido el mejor que he probado en mi vida. Y lo aventó al bote de basura de su cuarto y bajó a cenar.
Al día siguiente había clases, así que tuvo que acostarse temprano y, justo cuando estaba en la mejor parte de su sueño, pasó algo terrible: de repente empezó a sentir algo en su boca y sin querer empezó a masticar. ¡No puede ser, es el chicle! ¿Pero cómo? Si estoy seguro de que lo tiré en el bote, no lo entiendo. Se paró muy asustado de su cama y lo tiró por la ventana. Qué miedo, ya no me voy a poder dormir, no lo entiendo; pensaba Eugenio, pero poco a poco pudo conciliar el sueño hasta el día siguiente.
Por la mañana no recordaba exactamente lo que había pasado y pensó que tal vez había sido un sueño. Pero, al salir de su casa para ir a la escuela, sintió de vuelta algo rarísimo. ¡No puede ser, otra vez el chicle adentro de su boca! ¿Cómo llegaste hasta aquí? Es una pesadilla. Lo sacó inmediatamente y lo aventó al pasto, se subió de prisa al carro y se fueron a la escuela. Mientras llegaban, estaba súper asustado. No lo puedo creer, pensaba el pobre de Eugenio, tengo que escapar de ese horrible chicle; lo bueno es que en la escuela no me puede alcanzar.
Así que llegó a su salón, dejó su mochila y se preparó para empezar el día. Ya estaba sentado en su mesa y en plena clase de español… ¡No, no, no! ¡Otra vez tú! ¿Cómo llegaste hasta aquí? El chicle se había vuelto algo tan horrible. No lo entiendo, ¿por qué me persigues? Lo sacó de su boca y lo tiró por la ventana. El pobre de Eugenio estaba súper asustado y lo único que quería era llegar a su casa para contarle a su mamá lo que estaba pasando.
Por fin llegó la hora de la salida y ya estaba listo cuando, de repente, volteó a ver al suelo y no daba crédito a lo que estaba viendo ¡El chicle caminaba directo a la llanta del carro y de repente saltó y se pegó en ella! Ajá, te caché, con que así es como has llegado hasta la escuela desde mi casa, y ahora me quieres perseguir de vuelta. Fíjate que no lo vas a lograr, cochino chicle, te voy a arrancar de ahí. Y por más que estuvo tratando de arrancarlo no pudo; cuando llegó su mamá ya no lo dejó y lo regañó porque pensó que estaba haciendo travesuras. El pobre de Eugenio trataba de explicarle pero lo interrumpía y lo metió a la fuerza al carro para irse a la casa. No lo puedo creer, aquí viene pegado en la llanta, qué horror, qué voy a hacer, venía pensando todo el camino Eugenio.
Cuando llegaron se bajó rápidamente y fue a buscarlo pero ya no lo encontró. Qué suerte, por fin me deshice de él. Se metió a su casa y se fue a descansar.
Todo iba de maravilla, cuando de pronto… ¡No, por favor no, otra vez tú chicle! Qué asco, estás todo cochino, tienes tierra del pasto, tierra de la llanta, saliva desde ayer, qué asco, qué quieres, ¿por qué me persigues? Y en ese momento entró su mamá. ¿Qué pasa Eugenio, con quién hablas? Mamá, no sabes, es algo horrible que te he querido decir pero no me has dejado, mi abuela me compró un chicle delicioso ayer en el súper, pero anoche lo tiré en el basurero y desde entonces no me ha dejado en paz, se mete en mi boca cuando estoy dormido, me persiguió al colegio y se volvió a meter en mi boca y luego cuando regresamos otra vez se metió en mi boca, ¡estoy harto! No sé qué hacer. Ay, Eugenio, le dijo su mamá, es muy fácil, pobre chicle, lo único que quiere es que lo envuelvas, tiene frío. ¡Frío!, ¡eso es todo! Claro, sólo envuélvelo a poner en su papel brillante y tíralo al basurero, ya verás que no regresa.
Eugenio hizo lo que le dijo su mamá, envolvió el chicle y lo tiró de vuelta al basurero. Adiós, chicle, has sido el mejor chicle que he probado, pero la verdad ya no te quiero volver a ver, espero que de ahora en adelante estés muy feliz de vuelta en tu papel rojo. Y lo tiró en el bote junto con su mamá.
Desde entonces, cada vez que tira un chicle, lo envuelve de vuelta en su papel para que jamás le suceda la pesadilla del chicle.